No son borracho los putos del tablon
No son borracho los putos del tablon
hola que tal, river como estas
hola que tal, river como estas
gallina hija de puta
te saluda tu papa
do no e bricht vom Ole, ueber d'Barrabrava (und nid Ultras, gäll cocolores
)
Los Borrachos del Terror
Radiografía de la banda más temida de la Argentina. Quiénes son, cómo operan y cómo construyeron su poder los líderes de la barra.
Una banda peligrosa.
Lejos del estacionamiento de River donde los jugadores sufrieron las roturas de los neumáticos, Adrián, y los hermanos Alan y Williams, capos de Los Borrachos del Tablón, descansan. Están en un campo de Córdoba siguiendo todo por TV y viendo cómo trabajan las abejas de la colmena del padre de los hermanos Schenker, un piloto retirado de la Fuerza Aérea que se dedicó al negocio de la miel. Lógico: el dulce y el aguijón conviven inseparablemente en sus vidas desde que el 29 de julio del 2002 tomaron el control de la barra de River y también de buena parte del club, con la anuencia de muchos hombres de la vida política de la institución.
Ahora bien, ¿quiénes son en realidad los jefes de la barra? Adrián tiene 30 años y proviene de una familia de clase media. Su padre vive en Laferrere y trabaja en la Legislatura Porteña mientras que su madre vive en Belgrano, a una cuadra de donde habita la hermana de Alan junto a sus dos hijas. El, en cambio, ocupa un piso sobre Migueletes, en Las Cañitas, y vendió la moto Ninja con la que se lo solía ver para manejar un Peugeot 206 negro. Fue empleado del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en alumbrado público y también personal de seguridad de una disco de Núñez llamada Ananá. Su 1,90 metro impresiona tanto como su
habilidad en taekwondo: es tercer dan (cuatro categorías arriba de cinturón negro). Cayó por primera vez en la comisaría 51 a los 18 años, cuando era tercera línea de la barra. Su foja se ampliaría: tuvo una causa por lesiones cuando fue patova de boliche y otra en el 2004, tras un River-Estudiantes, cuando junto al Turco del Oeste molieron a palos a unos pungas que intentaban robar en la popular.
Los hermanos Alan y Williams, en cambio, son de una familia de clase media alta. Viven en Barrancas de Belgrano, y Alan heredó el gusto por la aviación. Hasta hace dos años tenía apenas una entrada por averiguación de antecedentes y una pelea con un encargado de edificio. Poca cosa para un barra con poder. Pero cuando se agarraron con los de Newell''s en la Panamericana (20/4/03), su nombre surgió y el fiscal Marcelo Pernisi lo puso como imputado, aunque al día de hoy no pudo probarle participación alguna. Williams, por su parte, tuvo una causa confusa que en principio habría sido caratulada como tentativa de robo por un episodio con un taxista, pero después se cayó. Debajo de ellos están Kevin, que estuvo preso en Devoto porque lo agarraron con un auto mellizo en Provincia; el Pacha Corrado, que maneja la barra de Caraza junto a Julio Gamboa; y el Cortito y Matías, este último de apellido austríaco y ligado a varios sectores del club. Los cinco son los laderos de los tres capos.
¿Cómo llegaron al poder? La interna larga en el 97, cuando Luisito Pereyra -alias El Diariero- (socio 125.755), Edgar Butassi (socio 120.042) y Ramón Barrios caen tras ser condenados en primera instancia por varios delitos relacionados con el crimen del hincha de Independiente, Christian Rousoulis (22/12/96). Ahí la barra se divide en dos: un grupo ligado al Justicialismo, con el Zapatero y el Monito Saldivia como jefes, con base en Constitución, y otro liderado por Adrián y Alan, prohijados por los ex jefes y llamados Los Patovicas, ya que paraban en un gimnasio de Monroe y Cabildo. Aquel 29 de julio de 2002, Los Patovicas emboscaron a la barra de Newell''s cerca del Monumental, dejaron dos hinchas leprosos heridos por armas blancas y ganaron el control de la barra amparados por dirigentes y limpiando del club a los que aprovechaban los días de partido para robar. De hecho, molieron a palos a Bolita Nazareno, que no entendía los nuevos códigos, y a partir de ahí las bandas de Fuerte Apache, comandadas por Martín Stambuli; la de Caraza, de Matías Corrado -alias Pacha- y Julito Gamboa; la de Merlo, que lideraba Cristian; y las de Flores y Palermo, del Bruja y Richard, se sometieron a ellos.
En los cuatro años siguientes, construyeron un poder como nunca se vio en River. Para agigantar su imagen, contaron cómo en Arco del Desaguadero, en febrero de 2003, los Di Zeo arrugaron cuando les ofrecieron pelea a puño limpio, aunque los jefes de La Doce dicen justo lo contrario. O cómo consiguieron que el 9 de abril de ese año, 60 barras viajaran en un vuelo de TAM a Paraguay para ver a River frente a Libertad. Eso los embebió en poder. Y con esa soberbia planearon la guerra en la Panamericana del 20 de abril, cuando encabezaron en una Chevrolet Lumina y una Traffic la caravana hacia Rosario, para jugar contra Central, y en el kilómetro 94 se agarraron con los de Newell''s, choque que terminó con Carlos Puchetta y Héctor Ponce, hinchas leprosos, asesinados.
Con la Justicia persiguiéndolos, se guardaron seis meses. Y cuando volvieron, la premisa era portarse bien. Botón de muestra: en medio de un clásico en Mar del Plata en 2005, una pelota cayó en la popular. La barra se la robó. La Policía pidió por altoparlantes la devolución y como eso no sucedió, fue un grupo de civil a filmar a Los Borrachos para acusarlos de hurto. Adrián los vio y les preguntó qué hacían. Cuando oyó la respuesta, invocó sus derechos constitucionales. Y cuando entendió que la cosa iba en serio, habló por handy y al instante, la pelota apareció.
Pero desde fines del 05, la barra se desmadró. La causa fue económica. Según se cuenta, la recaudación de Los Patovicas alcanzaría los 70.000 pesos mensuales. Y como se venía el Mundial, el flujo de dinero iba a ser mayor. Pero, capitalismo salvaje, los dueños de la empresa no derramaron mucho hacia abajo. Y se armó. La banda del Turco, quien trabajaba en el Registro Nacional de las Personas, se retobó junto con la de Richard y la Bruja. El resultado fue una paliza fenomenal y la huida del Turco hacia la barra de All Boys. Para mantener el poder, ese terror también lo montaron en los estadios donde no se les pudieran abrir causas. Los de Oriente Petrolero, San Pablo y Libertad fueron testigos de esa táctica. La revancha fue que a Adrián le vaciaron su casa. Entonces, Los Patovicas fueron a buscar al grupo de Richard y La Bruja a una plaza de Saavedra, y el primero terminó con la cabeza rota. Adiós interna: habían ganado de nuevo.
Es que en Núñez dicen que nadie puede con ellos. El poderío económico, la estrecha relación con plantel y dirigentes (Luisito Pereyra, el mentor, trabaja en el fútbol amateur, otros dos son empleados, coparon el gimnasio, la confitería y las parrillas y hasta el merchandising de la barra se vendía en la institución) les da el monopolio de la fuerza. El tour al Mundial fue tremendo. Mientras la segunda línea de Boca y los de Independiente paraban en República Checa para bajar gastos, la de River tenía dos búnkers: los de menor rango, un camping de Munich. Los jefes, en la casa de un ex jugador. Cuando volvieron con muchos euros gracias a la reventa de entradas, la soberbia de tanto poder los terminó por enceguecer. Así, en Paraguay, en el escándalo con Libertad, cometieron el error táctico de no sacarse las camisetas en la pelea con los policías, lo que hizo que los identificaran y cobraran feo a la salida. Pero ni ese escándalo los detuvo. Paseándose por el club como por sus casas, ellos cumplen a su manera con los mensajes que alguien quiere enviar. Los jugadores acumulan tanto temor como deudas. Por eso ninguno va a hablar. Por eso Adrián, Alan y Williams miran la tele desde Córdoba y, a la distancia, se ríen de todo y de todos.
